El síndrome wanderlust
Pregunta recurrente a los viajeros, que nosotros mismos nos hacemos, sin respuestas contundentes.
En mi caso, practicando otra réplica a medias, viajar es la reacción a un estímulo, la intensión de satisfacer una extraña necesidad que se despertó en mí a temprana edad. Recuerdo la fascinación con la que escuchaba de niño historias de viajeros de otros tiempos, exploradores, o las travesías en países lejanos de parientes y conocidos de la familia. Con los años aquella necesidad se fue acentuando, más aún al toparme ocasionalmente con mochileros en la calle. De mis doce años, tengo grabada en la memoria, la imagen de una viajera atándose un pañuelo en la cabeza mientras su mochila descansaba en las escalinatas del monumento a la Independencia en Humahuaca.
No sabía por qué, pero quería vivir las experiencias que imaginaba viviría aquella gente. Cargarme una mochila inmensa, hacer dedo, dormir donde me encuentre la noche.
El paso por la universidad fue el último en la carrera del deber ser, antes de realizar ese anhelo, y al fin ir en busca de esa desconocida llamada, necesidad o sueño. En marzo del 2013, al mes de rendir la última materia, partí pedaleando desde Córdoba, hacia el primer objetivo: la casa de mi madre en Cuyaya, a veintiocho días de distancia.

Ya en movimiento, viviendo en viaje, tuve (y tengo) mucho tiempo para reflexionar sobre todo esto. Así comencé a comprender que los humanos viajamos desde siempre. En alguna playa, selva o montaña latinoamericana, apoyado en un árbol o una piedra, escribiendo mis días en una libreta, me acordé de algunos conceptos –nómade, cazador recolector y sedentario– que nos contó, en sexto grado, la madre arqueóloga de una compañera de la escuela Normal. Entonces, pensé, desde nuestros inicios nos hemos movido. En búsqueda de alimento, tierras fértiles, trabajo, o desplazados por desastres naturales, o guerras. Desde siempre hemos migrado, y lo seguiremos haciendo.

Pero no todo el que se mueve, menos aquellos obligados por contextos traumáticos, sería estrictamente un viajero con ansias de aventuras y experiencias. De hecho, muchos migrantes hubieran preferido nunca salir de su lugar de origen. Vivir en movimiento constante, en búsqueda de lugares, anécdotas y gente nueva, sigue siendo tachado por una gran mayoría, como una locura.
Quizás mi móvil personal, como el de gran parte de una generación de nómades contemporáneos, no sea tan claro. Viajo/viajamos en busca de satisfacer una necesidad que no llego/llegamos a comprender todavía del todo, algo que trasciende el ánimo de explorador o de aventuras, pero acaso nos detenemos tanto a pensar en por qué respiramos.
Esta obsesión-pasión difícil de explicar, ya ha sido objeto de análisis en distintos tiempos y latitudes (y quizás aquí haya una respuesta). Los alemanes resumen toda esta perorata en una sola palabra: wanderlust. Lo que se podría traducir como pasión por viajar, y que según ciertos investigadores estaría provocada por un gen, que posee solo un 20% de la población, siendo mayor su presencia en regiones donde se fomenta históricamente a viajar. Según otros, se trataría de un fenómeno psicológico condicionado por múltiples elementos: sociales, culturales y biológicos.
En la postpandemia, la elección de vivir viajando toma fuerza con un nuevo color, siendo protagonistas una nueva generación de nómades (ambientalistas, reacios a trabajos constantes, con oficios digitales realizables desde cualquier lugar del mundo).

Queriendo cerrar un tema recurrente en mi pensamiento, recomiendo vivir alguna etapa de vida viajando, aunque sea sin moverse grandes distancias, sino simplemente modificando ciertas actitudes y formas de moverse y mirar el entorno: yendo por caminos extraños, aceptando invitaciones a lugares diferentes, sorprendiéndose, haciendo amigos nuevos, o comiendo platos desconocidos. Quizás así se despierte el gen o espíritu wanderlust, y cuando eso sucede no hay vuelta atrás. Por mi parte, sigo atrapado por esa manera de vivir, proyectando nuevos destinos (rodantes en un 404 del 69) y recordando nostalgioso hermosos rincones por donde apoyé los pies.